Trastornos de alimentación
“Hay que comer para vivir y no vivir para comer”. Esta frase, atribuida a Cicerón, parecería resumir la actitud ideal hacia la alimentación. Pero no parece describir el estado actual de las cosas.
Comer en exceso puede reducir la ansiedad, permitirnos lidiar con el aburrimiento de nuestras vidas, ser un substituto del placer sexual o compensar por el amor que no encontramos. En contraste, comer poco puede significar un miedo irracional a crecer y desarrollarse, algún tipo de comportamiento autodestructivo o una resistencia a la imposición.
Las personas que padecen este tipo de trastornos suelen pensar obsesivamente acerca de su alimentación, pierden el control voluntario sobre lo que comen, mienten a los demás acerca de su dieta, piensan en la comida como en una droga, entran y salen periódicamente de dietas y se sienten permanentemente insatisfechas con su imagen. Por último, suelen tener un interés especial en nuevos medicamentos, liposucciones, hipnosis o cirugías plásticas. Es decir: todo lo que les refuerce la ilusión de que su problema debe ser resuelto externa y no internamente.
Los dos trastornos mejor conocidos son la bulimia y la anorexia. En la bulimia son característicos las comilonas o “atracones” seguidos de culpabilidad y vómito o ingesta de laxantes y dietas rigurosas. En la anorexia por el contrario, la persona se rehúsa a comer lo necesario y adelgaza de manera alarmante, perdiendo interés en lo sexual.
En mi opinión, la mejor estrategia es una en que se promueva el entendimiento del porqué se abusa de la comida, al tiempo que se emplean técnicas para romper los malos hábitos y mejorarlos.